Se acabó el año, pero otro rápidamente comienza y hoy es mi segundo día en el puerto. Es tres de Enero y vine a Valparaíso en busca de inspiración para el guión de un corto que una productora me encargó para fines de Marzo de este año. Soy un escritor que se dedica desde hace muy poco tiempo de manera profesional, y no es que esté nervioso, pero veré que sucede en este viaje, ya que es primera vez que me tomo un tiempo, digamos, especial para trabajar. Salté de los poemas a mis pretendientes a escribir guiones o adaptaciones en menos de dos años y, sin cursos ni talleres de por medio, la lectura me abrazó como una serpiente a su presa y cuando pensé que caía el telón de mis capacidades, a mis treinta y ocho años me redescubro y por que no decirlo, me reinvento como un solitario narrador de historias que viven tanto dentro como fuera de ellas.
Evité venir para la ajetreada semana de Año nuevo y sus miles de turistas deseosos de algarabía. Curiosamente pensaba diferente hace unos años atrás, ya que con un muy buen amigo éramos, en ese tiempo, parte de esa oleada de facinerosos amantes del ruido y la alegría, y ese desenfreno que produce este Valpo de fin de año. Ayer, a mi llegada a la bahía, cerca de las diez de la mañana, me dirigí al lugar al que me había contactado por Internet desde Santiago para comenzar mi estadía acá. Fue en un barrio que conocía de antemano por la infinidad de oportunidades en que anteriormente he visitado esta ciudad y siendo, además, la residencial en que arrendé una habitación a mi primera llegada hace ya varios años atrás, raudo y seguro fue que llegué al tranquilo mirador de comienzos del año 1800, ubicado en la meseta del cerro Concepción, el popular paseo Atkinson, legendario por su belleza, su arquitectura Victoriana, sus muy bien cuidadas casas y también tranquilas noches, con sus pequeños balcones; donde apreciar el oleaje del Océano Pacifico es un placer, sus caminatas en la terraza bajo las estrellas que acompañan al viento marino con ese frío que no incomoda y con sus faroles que permiten ver las serpenteantes y empinadas escaleras aledañas, que tienen ese poder de embriagarte con sólo transitar su ceñida armonía a la topografía del cerro, sus múltiples restoranes y cafés cercanos, con sus múltiples sabores, te acomoda la vida y hace mas placentera aun la adaptación de tan vertical ciudad. Pero por otro lado, también tiene eso, ese que se yo turístico, maqueteado por decirlo de algún modo y eso en otra ocasión sería fabuloso, pero hoy no me es de ayuda.
Años atrás, cuando me internaba entre las calles del cerro Lecheros o El Barón, era viajar por lo irreal, donde el tiempo parece que se detuvo, en el que con unos cuantos pasos dentro de sus angostas callezuelas, descubres la vida hermosa, siempre dura y a veces violenta de esta ciudad de contrastes. No puedo negar que la comodidad que me pide mi cuerpo y mi sensatez dicen que Atkinson es el lugar indicado para respetar el sentido de esta búsqueda de inspiración, pero mi instinto, que en definitiva es el que ordena todo mi ser, es el que dice que me estoy perdiendo una historia que no espera por mi.
No fue necesario entrar a la habitación de la residencial. Mientras hablaba con la encargada en la recepción y ella gentilmente me explicaba los precios y los pormenores de el alquiler, en mi cabeza tenía la imagen de esos cerros y de aquellas empinadas calles y su gente, que me invitaban a dialogar y recorrer sus almacenes y emporios, con sus muros forrados en latones viejos, altas casas, de techos oxidados los que sólo se pueden observar desde los ascensores, que suben y bajan monótonamente a los habitantes de tan peculiar barrio. Sus vidas son diferentes a las nuestras, los capitalinos de calurosas vidas de verano y tormentosos fríos de invierno, la lluvia parece ser otra acá, el cielo aunque parece venirse encima cuando llueve y sobre el mar las olas se agitan hasta salir de las barreras de contención, la vida húmeda continúa sin importar si se detendrá dentro de unos minutos o dentro de una semana. Ya han pasado mas seis horas y voy como extasiado por las calles de Valparaíso hacia el cerro…..en realidad no sé para donde voy pero solo quiero dejar mi bolso y recorrer las calles sonriendo y mirar el anónimo rostro de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, que todos los turistas o la mayoría, se pierde.
Años atrás, cuando me internaba entre las calles del cerro Lecheros o El Barón, era viajar por lo irreal, donde el tiempo parece que se detuvo, en el que con unos cuantos pasos dentro de sus angostas callezuelas, descubres la vida hermosa, siempre dura y a veces violenta de esta ciudad de contrastes. No puedo negar que la comodidad que me pide mi cuerpo y mi sensatez dicen que Atkinson es el lugar indicado para respetar el sentido de esta búsqueda de inspiración, pero mi instinto, que en definitiva es el que ordena todo mi ser, es el que dice que me estoy perdiendo una historia que no espera por mi.
No fue necesario entrar a la habitación de la residencial. Mientras hablaba con la encargada en la recepción y ella gentilmente me explicaba los precios y los pormenores de el alquiler, en mi cabeza tenía la imagen de esos cerros y de aquellas empinadas calles y su gente, que me invitaban a dialogar y recorrer sus almacenes y emporios, con sus muros forrados en latones viejos, altas casas, de techos oxidados los que sólo se pueden observar desde los ascensores, que suben y bajan monótonamente a los habitantes de tan peculiar barrio. Sus vidas son diferentes a las nuestras, los capitalinos de calurosas vidas de verano y tormentosos fríos de invierno, la lluvia parece ser otra acá, el cielo aunque parece venirse encima cuando llueve y sobre el mar las olas se agitan hasta salir de las barreras de contención, la vida húmeda continúa sin importar si se detendrá dentro de unos minutos o dentro de una semana. Ya han pasado mas seis horas y voy como extasiado por las calles de Valparaíso hacia el cerro…..en realidad no sé para donde voy pero solo quiero dejar mi bolso y recorrer las calles sonriendo y mirar el anónimo rostro de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, que todos los turistas o la mayoría, se pierde.
4 comentarios:
Ahhh... Valparaiso. Qué ciudad encantadora. Tú descripción de Valparaiso me recuerda las veces que lo he visitado. No soy porteño ni conozco bien la ciudad pero cuando voy no puedo dejar de sentirme sumergido en ese no sé qué de valpo. Obviamente q prefiero el Valpo más real al Valpo de la bulla y la algarabía. En parte porq lo encuentro más bonito, pero tb porq me carga la bulla y algarbía en general. Es refrescante ver Valparaiso a través de los ojos de Juan.
Es extraño que ninguna otra ciudad puerto que he visitado tiene esa atmósfera de Valparaíso. Tu post se acerca a lo que evoca en mi esa ruda ciudad. Recuerdo paseos nocturnos bajo una lluvia que ciertamente es diferente, no molesta, solo oprime un poco el pecho de pura melancolia; escaleras infinitas acompañadas de una botella de ron, caminar por caminar, sin rumbo.
Recuerdo también esa otra cara del puerto, esos años nuevos que pasamos juntos en la algarabía y la ebriedad total, no podría renegar de ellos, lo pase muy bien.
Pienso que los PCs (cuando venga Matias, o antes también) deberíamos ir a hacer una reunión en Valpo, y beber en el mítico bar Ingles, y quedarnos al menos una noche en una de esas pensiones escondidas en el paseo Atkinson.
Leer tu post me dio sed de Valpo.
interesante relato del Valpo querido. es cierto que el invierno y el verano son diametralmente diferentes entre el valle y la costa, entre Santiago y Valpo. el relato tiene tintes melancólicos muy bien expuestos. me pierdo eso sí un poco entre tanta coma.
volviendo al asunto propuesto por el Felipe, me parece una propuesta audaz e interesante. quizás debiéramos hacerlo entrando en primavera, cuando el clima empiece a mejorar un poquito; entre tú y yo, me parece una idea awesome.
Valparaiso es bello...no hay duda de eso...un sin fin de recuerdos portenios me dejo la historia... fotos recurrentes...llenas de nostalgia... como el cuento del poeta maldito que ahora comento... la imagen que me dejo fue de Valpo nublado, frio, con viento; y del poeta solo, cabizbajo, caminando... inventadole versos al mar, al puerto... ese puerto que ahora queda al otro lado del pacifico sur...
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