lunes, 1 de septiembre de 2008

Caminata

¿¡Hasta cuándo!?” graznó Pedro. “Esta hueá es interminable”

“Tranquilo” dijo él, “el truco es dejar de preguntarse cuanto queda”


“¿¡Cuánto queda pa que hueón!? ¡Si la idea desta hueá eh …!” jadeó “¡llegar a un punto muerto sin salida pa después devolverse!”, “¿¡Qué cresta estaba fumando pa que me arrastrarai hasta acá!?, esta hueá de vida sana me va a terminar matando”.


Me sonreí, él rió de manera abierta.


“Lo que te pasa huevón es que estás muy apegado a la tierra y piensas sólo en dos dimensiones. Tu punto muerto se llama cumbre y la dirección es ascender”, le contestó.


“¿Paqué? ¿pa después bajar? es puro desandar el camino andao. Tú visión eh una mierda poética irrealista. Tai caminando un pedazo de suelo como cualquier otro”.


“Estás muy muerto en tu objetivismo, Pedro” le dije yo “El camino lineal que estás buscando está en tu experiencia interna, ahí está el kilometraje”


“¿¡Me vení con filosofía barata a milchorrocientos metros de altura!?”, “Me tiro un peo y me descompenso ¿y vo te poní zen?” una inspiración profunda “ándate a la mierda vó y tu hueá jipi”.


“Tranquilízate loco, piensa en esta hueá como un ejercicio de auto superación” le dije de la manera más tranquila que pude.


Pedro detuvo su andar y con los ojos encolerizados vociferó,

“¿¡Auto superación!? ¿¡Pa qué!? Maldita masturbación ególatra. El único camino real eh la caída. Cada puto día que pasa te morí un poco más. Te podrí un poco más. Todo camino es caminar hacia la muerte, ¿y vo sonreí porque subí una mierda de cerro?” Jadeaba sudando mucho, con la cara muy enrojecida, no sé si por el sol o por la rabia. “Me cago en tu auto superación y tu mierda mental por arrastrarme a este martirio”

“Cállate y contente” le contesté, empezando a no tolerarlo. “Falta mucho por subir, además nadie te obligó a venir”


Caminamos un buen rato en silencio. La pendiente era dura. El sol y las rocas se habían vuelto un filo ardiente. Los tres transpirábamos como si quisiéramos sacarnos la piel.


Pedro empezó a quejarse de nuevo.

“¡Basta con esta hueá! Me va a explotar la caeza, ¡Dame agua!”

“El agua es personal”, le dije yo, ya más enchuchado.


Pedro se volvió a detener “¡¡Quetepar tan el culo con un pico sidoso hijodeputa!!”. Ya boqueaba y la saliva era una pasta blanca que se le anidaba en la comisura de los labios. Su furia era roja, desmedida y animal. Él le entregó su botella sin decir nada. Pedro se tragó la mitad de un solo sorbo. Con la mano se secó los labios agrietados, y en la violencia del gesto le comenzaron a sangrar. Su rabia se había vuelto odio visceral y se le notaba en el destello de los ojos. Respiró un poco y recuperó el aliento.

“No puedo ma” dijo. “¡Váyanse a la mierda loh doh hueone y su mierda de cerro! Esta hueá eh el infierno. Quiero una chela y culiarme una mina. Felicidad biológica ¡simple! Loh único animale hueone que hacen esta estupidé son loh humano. El motor básico es suplir la supervivencia. Primero individual y despué de especie. ¡El resto eh egotismo hueón!”

“Guárdate la rabia para seguir subiendo mejor”, dijo él. “Falta poco y arriba nos damos un respiro. La bajada es más corta. Además…”, sonrió maliciosamente “No querrás quedar como el único mamón que arrugó justo antes de llegar”.


Claramente era manipulación barata, pero Pedro en su furia tomó todo como una ofensa. Le tiró la botella de vuelta casi como una agresión y empezó a caminar de nuevo. Tragaba con dificultad. Cada paso retumbaba en la ira de su rostro y la negrura dilatada de sus pupilas. Se le notaba que odiaba el camino, nos odiaba a nosotros pero por sobretodo se odiaba a él mismo por su propio dolor.

Las rocas eran interminables y ríos de sal me ardían en la cara. Tenía la espalda fría de tanto sudor y el cansancio sólo me permitía concentrarme en seguir caminando. Frente a nosotros un peñasco empinado nos obligó a seguir ascendiendo en cuatro patas. Y de pronto, casi como un exabrupto, ahí estábamos en el punto sin salida. Habíamos hecho cumbre.
Cuando llegamos él se sacó la mochila, hurgó en ella para ponerse a celebrar en silencio comiéndose un sándwich de jamón con queso y tomate mientras gozaba de la vista. Yo, más cansado, me senté para cambiarme la polera y los calcetines que ya tenía empapados.
Pedro nos alcanzó unos segundos después, jadeando y boqueando. Se asomó lentamente por la roca. Apenas logró ponerse de pie en la cumbre su rabia roja se le despeñó hacia allá abajo donde unos pájaros planeaban bordeando el viento. Sus ojos se le descolgaron, inundados por la inmensidad portentosa de la panorámica. Y ahí, en paz, mientras contemplaba todo completamente vacío de si mismo se puso a llorar. ><>

5 comentarios:

ffredes dijo...

Subir cerros es una manera de meditar, es ir allá y estar a solas con uno, con el cansancio y los limites mentales que surgen en nuestra rutina diaria. Caminar por caminar, no por llegar a cumbre, ahí esta casi todo lo que importa; la atención empapada de las irregularidades del camino y la respiración, una interacción con el mundo completamente opuesta a lo que sucede en la ciudad, donde los caminos están hechos justamente para que no te fijes donde pisas.
Notable declaración literaria de los principios del montañismo, y un empujoncito para acercarse al cerro para aquellos que piensan como Pedro, aquellos que ilusamente imaginan que el tiempo y el espacio son independientes de la experiencia.
Al final esta la cumbre, y esa recompensa puede a veces, quebrar al mas duro citadino amante de su rutina y de la urbe.
Saludos Pez, y comencemos nuestro entrenamiento para el Tupungato.

noib dijo...

buen relato del tremendo tema q es subir cerros. parecen triviales pero no lo son. El Dr. Pezzoli retrata muy bien los recovecos del caminar subiendo, con sudor, y peso. tb se vislumbra cómo las caretas van callendo a medida q se va subiendo, fenómeno q se da siempre. es quizás una manera segura de conocer al ser humano, y tb de conocerce.
el relato corresponde más bien a una subida del cerro Pochoco, un Provincia jamás.

se nota q Maurizio conoce del tema, cosa q se refleja en la descripción de cuando alcanzan la cima.

un abrazo,

Matias Bulnes dijo...

Me gusto mucho el relato. Creo q consigue capturar la tensión indisipable de empresas q nos empujen hasta el límite de nuestras posibilidades. Yo nunca he subido un cerro seriamente, pero he tenido, como toda persona, experiencias del estilo. Me queda claro, después de leerlo, q no estoy hecho para esos azares.

Quisiera tb resaltar los diálogos del relato. Están escritos en una expresión escrita del lenguaje coloquial chileno q me parece muy representativa de la realidad. No es fácil escribir en lunfardo, como intentaban algunos escritores argentinos de principios del siglo XX. Tampoco lo es en chileno.

Saludos PCs.

Hans dijo...

Al igual que el Profesor Bull-ness, yo no siento idoneo para este tipo de ejercicios de vida... me senti en parte identificado con Pedro... pero en mi caso no le echaria la culpa al resto...porque como bien dice Pezzoli, nadie lo obliga a uno a emprender el camino...
Me gusto el ritmo de la conversacion... se entiende todo en buen chileno, es un relato "realista" pero moderno... donde lo coloquial se inserta como modo de narrar y no solo como una anecdota...como ocurre a veces en escritores como Blest-Gana... hasta el momento me gustan las historias del Prof. Pezzoli... siempre tienen un trasfondo importante... son como fabulas en cierta medida...
no se que tan dificil sea escribir en lunfardo Prof. Bulnes...creo que es bastante comodo...ahora... hacerlo bien es otra cosa..jajaja.. algunos de esos se arrepintieron despues... como JLB con su "fervor de Buenos Aires"...
Emocionante final....alguna vez me ocurrio algo similar...despues de grunir por un buen trecho, me vencio la hermosura del paisaje...
NaCl-U2 PCs...

pez dijo...

Salutes compatriotas post colombinos. Este en verdad ha sido mi primer cuento con diálogo escrito jamás, así que se agradecen los comentarios. Por lo que lo escribí de la manera más natural que tengo que dialogar, el buen chileno. Por otro lado, como bien dice Dr. Coolness y Fredes, la subida de cerro es sólo uno de los espacios donde uno se puede llevar al límite. La confesión para aquellos que no han subido cerros y para que no apaniquen, Pedro soy yo. El diálogo, en su mayoría, entre “yo” y Pedro es una especie de conflicto interno de pelear conmigo mismo mientras el cansancio físico y la exigencia aumentan. Supongo que me pasaría lo mismo si corriera largas distancias al estilo maratón, o lo que ha ratos se ha transformado mi tesis de doctorado. Se me genera una pelea entre el intelectualoide y el rechazo físico por obligarme a esfuerzos no necesarios. Y mi manera de expresar descontento siempre ha sido la rabia visceral desmedida. Pero una vez superada la barrera, hay un vacío pacífico que hace que todo el conflicto interior haya valido la pena. Mi ideal acá es “él”, que ya tiene resuelto el conflicto y no es ni intelectual ni corpóreo, sino que sólo goza. Una vez más gracias y nos leemos.