Hace algún tiempo atrás, tuve una novia. El universo y mi inexperiencia nos llevaron a vivir juntos a una casa grande. Espacios vacíos y sin identidad era lo que encontramos cuando llegamos a ella. Un buen día domingo, decidimos ir al persa del Bío-Bío a gastar nuestro dinero (abundante en ese momento) en algún artefacto útil o inútil que transformara estos espacios llenos de espacio, en lugares habitables. Luego de pasear sin rumbo por los interminables pasillos del persa llegamos al galpón de las antigüedades, dentro del cual había un subdominio de mobiliario. Entre los cientos de muebles arrumbados divisé un juego de living en muy malas condiciones, probablemente de los 50’ y con una fuerte influencia modernista. Aunque la tela era horrible, había algo en sus curvas suaves que me atraía; y sobre todo, la manera en que el cuerpo de los sillones era suspendido en el aire por esas finas patas cónicas me cautivó; su elegancia era tal que decidimos adquirirlo inmediatamente. Junto con la compra me comprometí en reacondicionar estructural y estéticamente el juego de living. Pienso que aquí comenzó mi historia como mueblista.
Aunque estoy lejos de ser un profesional (o maestro mejor dicho), tengo una sensibilidad con los muebles que no todo el mundo tiene: puedo ver si hubo cariño en la construcción (o no lo hubo). Prácticamente, utilizo todo mi tiempo libre en el taller, trabajo la madera con paciencia y dedicación, los más siúticos dirían con amor.
La madera que utilizo proviene de casas capitalinas antiguas en demolición; ésta viene a veces quebrada o llena de clavos, pintada o agujereada por las termitas; en muchas ocasiones una combinación de todos estos defectos. Sin embargo, cuando me enfrento a ella, sólo puedo ver la potencialidad infinita oculta tras el polvo; que en ese momento parece que ha sido celosamente reservada para mi, bajo esa piel maltratada por el tiempo. Luego, el ritual comienza: con ayuda de mis herramientas, poco a poco le voy doblando la mano al paso del tiempo, capa tras capa voy desnudando la madera hasta llegar a su centro prístino y juvenil. Generalmente es roble (eterno), a veces mostrando un color rojizo ladrillo, a veces más como una sandía. Parece de otro mundo, como si no fuera madera; comparado con un trozo de pino insigne del mismo tamaño, fácilmente pesa el triple, posee una densidad altísima.
Luego me pongo a pensar en ese árbol, en su nobleza insuperable. Me lo imagino vivo, frondoso y gigante entregando una sombra agradable bajo un sol de verano. Imagino sus raíces profundas, quizás más grandes que su extensión aérea, penetrando la tierra como en una cópula sin fin, haciéndola parte de él, y ella, cobijándolo como una madre. ¿Podemos encontrar en el mundo una poesía más conmovedora que un árbol? Una semilla que parece insignificante se transforma en una abrir y cerrar de ojos arbóreos, en un ancla, un puente entre el cielo y la tierra; sin que nadie se lo pida, sin que nadie ni nada se lo ordene. La madera es un fragmento de sol, una brizna de aire, un poco de tierra y cientos de años de la más paciente y activa espera.
Una vez que el mueble está terminado, una emoción inexplicable se alberga en mi corazón, una mezcla de muchas cosas, sentimientos encontrados. De aquellas que puedo distinguir una es orgullo; miro mis manos y luego vuelvo a mirar el mueble, y me sorprendo de lo que soy capaz de hacer. Otra es que soy un incapaz, y que lo que hago no vale nada en comparación al árbol.
La madera es inigualable, todas son distintas; lo que hago es revelar su singularidad mediante la construcción de una estructura que expresa mi gusto, mi historia finalmente. Este artefacto ocupa un espacio físico en los lugares, y los transforma en espacios habitables, cómodos y estéticos. Más que entregar utilidad al usuario, el mueble pasa a ser parte de la vida de la personas en la interacción (a veces transparente), acoplando o entrecruzando sutilmente la historia del árbol con la nuestra. Con mi trabajo trato de rendirle un homenaje a esa confabulación mágica entre la tierra, el sol y la semilla; pero nunca es suficiente. Me consuelo con que la gente que no puede ver esta pequeñez existencial de nosotros frente a los árboles, conserve el mueble, cuya madera probablemente tiene varios siglos de antigüedad. Pienso entonces que esta reliquia natural de incalculable valor poético (si no fuera por mí) iría a parar al fuego.
Aunque estoy lejos de ser un profesional (o maestro mejor dicho), tengo una sensibilidad con los muebles que no todo el mundo tiene: puedo ver si hubo cariño en la construcción (o no lo hubo). Prácticamente, utilizo todo mi tiempo libre en el taller, trabajo la madera con paciencia y dedicación, los más siúticos dirían con amor.
La madera que utilizo proviene de casas capitalinas antiguas en demolición; ésta viene a veces quebrada o llena de clavos, pintada o agujereada por las termitas; en muchas ocasiones una combinación de todos estos defectos. Sin embargo, cuando me enfrento a ella, sólo puedo ver la potencialidad infinita oculta tras el polvo; que en ese momento parece que ha sido celosamente reservada para mi, bajo esa piel maltratada por el tiempo. Luego, el ritual comienza: con ayuda de mis herramientas, poco a poco le voy doblando la mano al paso del tiempo, capa tras capa voy desnudando la madera hasta llegar a su centro prístino y juvenil. Generalmente es roble (eterno), a veces mostrando un color rojizo ladrillo, a veces más como una sandía. Parece de otro mundo, como si no fuera madera; comparado con un trozo de pino insigne del mismo tamaño, fácilmente pesa el triple, posee una densidad altísima.
Luego me pongo a pensar en ese árbol, en su nobleza insuperable. Me lo imagino vivo, frondoso y gigante entregando una sombra agradable bajo un sol de verano. Imagino sus raíces profundas, quizás más grandes que su extensión aérea, penetrando la tierra como en una cópula sin fin, haciéndola parte de él, y ella, cobijándolo como una madre. ¿Podemos encontrar en el mundo una poesía más conmovedora que un árbol? Una semilla que parece insignificante se transforma en una abrir y cerrar de ojos arbóreos, en un ancla, un puente entre el cielo y la tierra; sin que nadie se lo pida, sin que nadie ni nada se lo ordene. La madera es un fragmento de sol, una brizna de aire, un poco de tierra y cientos de años de la más paciente y activa espera.
Una vez que el mueble está terminado, una emoción inexplicable se alberga en mi corazón, una mezcla de muchas cosas, sentimientos encontrados. De aquellas que puedo distinguir una es orgullo; miro mis manos y luego vuelvo a mirar el mueble, y me sorprendo de lo que soy capaz de hacer. Otra es que soy un incapaz, y que lo que hago no vale nada en comparación al árbol.
La madera es inigualable, todas son distintas; lo que hago es revelar su singularidad mediante la construcción de una estructura que expresa mi gusto, mi historia finalmente. Este artefacto ocupa un espacio físico en los lugares, y los transforma en espacios habitables, cómodos y estéticos. Más que entregar utilidad al usuario, el mueble pasa a ser parte de la vida de la personas en la interacción (a veces transparente), acoplando o entrecruzando sutilmente la historia del árbol con la nuestra. Con mi trabajo trato de rendirle un homenaje a esa confabulación mágica entre la tierra, el sol y la semilla; pero nunca es suficiente. Me consuelo con que la gente que no puede ver esta pequeñez existencial de nosotros frente a los árboles, conserve el mueble, cuya madera probablemente tiene varios siglos de antigüedad. Pienso entonces que esta reliquia natural de incalculable valor poético (si no fuera por mí) iría a parar al fuego.
4 comentarios:
Un escrito sencillo y transparente que viene del corazón. Una especie de declaración de principios, o una verbalización del sabor que tiene la artesanía de ebanista en el alma de fredes. Si bien no es un escrito pretencioso, tiene solidez. Supongo que tiene algo de árbol. Empatizo mucho con ese sentimiento que producen los arboles, tienen mi veneración y respeto (sin ser un jipi tree - hugger). Un oficio noble, paciente y silencioso el de ebanista. Eso se plasma en el escrito. Supongo que viene del escribir desde la honestidad. Una pequeña ventana a un fredes más sensible del que estoy acostumbrado a ver. Salud por su oficio. <><
lo más notable de la propuesta de Fredes, es el acto poético q está detrás de su obra. que el material con que trabaja sea la interfaz entre el cielo y la tierra, no deja de ser una motivación perturbadora. respecto del escrito, pienso q, en los post futuros, debiera dedicarle un poco más de tiempo.
saludos Pcs.
Conocer el pasatiempo de fredes y su la abnegada dedicación y poesía q vierte en él ha abierto mis ojos a una muy distinta apreciación de la carpintería. Ahora veo mucho más ciencia y arte en hacer un mueble de lo q me parecío siempre. Creo q la pasión de fredes es interesante de por sí y el post la recrea. Me gusta la idea de hablar sobre cosas cotidianas de la vida de uno desde un ángulo más literario q de costumbre. Después de todos es una forma de conocer al autor tb como personaje.
Como toda artesania... el oficio de mueblista requiere paciencia, tiempo, conocimiento y amor por el material. Sin embargo, no habia reparado en la poesia detras de la madera y el arbol... creo que Ffredes lo describe bien, desde su ser mueblista, se nota que siente lo que escribe. En general es un lindo manifiesto, quizas demasiado simple... era la idea??
aBraZos PCs.
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