Contaré los hechos tal como sucedieron. Era mayo de 1849 y yo había sido transferido recientemente a la Brigada de la Policía de Valparaíso—el estamento a cargo de investigar casos de homicidio. Por meses la Brigada había estado investigando el caso del llamado “chacal de Cerro Alegre.” Este nombre sugiere la certeza de que un mismo individuo era responsable por la secuencia de asesinatos que se habían registrado en Cerro Alegre durante ese año. Esta conexión, sin embargo, no era más que una hipótesis. Los hechos eran que seis cuerpos de mujeres relativamente jóvenes habían sido encontrados con muestras de abusos brutales (incluyendo múltiples mutilaciones). Esto junto con que todos los cuerpos habían sido encontrados en Cerro Alegre es básicamente todo lo que se sabía del caso. No había un solo testigo o un solo sospechoso. Y los asesinatos no se detenían.
Para ser sincero, yo había decidido tomar el caso por razones banales. La enorme atención que los asesinatos habían recibido en la opinión pública me daba la oportunidad de reivindicarme frente a mi círculo social. Desde chico siempre quise resolver misterios. Nací en una familia bastante acomodada en Santiago. Recibí una muy buena educación. Mi abuela materna era inglesa y me había enseñado a leer y escribir en inglés. Mi dicción no era ideal y no me gustaba demasiado hablarlo porque cada vez que lo intentaba mi abuela me corregía. Había entrado a la universidad Colonial de San Felipe a estudiar ciencias para desentrañar los misterios del universo. Pero al poco tiempo las historias de un joven escritor estadounidense llamado Edgar Allan Poe habían caído en mis manos y me habían abierto los ojos. Prontamente me retiré de la universidad, para la molestia de mi familia, y decidí enrolarme como oficial en la Brigada de la Policía. El caso del “chacal de Cerro Alegre” era mi oportunidad de consagrarme y demostrar a mi familia que la fama y el respeto no son patrimonio de ingenieros y abogados.
El día del acontecimiento me levanté temprano y me dirigí al lugar donde el último cuerpo había sido encontrado menos de un mes antes. Allí debía esperarme el sargento Romero. Llevaba pocos días en Valparaíso y no estaba familiarizado con la ciudad. El destino quiso que tomara el ascensor equivocado. Entré en él junto con una mujer joven y su hijo de unos tres años. Debo haber estado sumido en mis pensamientos porque no noté la extraña apariencia del conductor hasta que el ascensor estaba en marcha. Era un tipo alto, macizo, de raíces europeas, con el ojo izquierdo semicerrado y dos notorias cicatrices: una en la mandíbula izquierda y la otra en la mitad de la frente. Curiosamente, tenía bastante buena presencia a pesar de esas desfiguraciones. Pero lo más extraño de todo era que mientras el ascensor comenzaba a moverse, él estaba sentado en su esquina sosteniendo contra el piso un barra metálica sólida de poco más de un metro de largo y unos tres centímetros de diámetro con una inscripción que no alcanzaba a leer. Por curiosidad me atreví a preguntarle sobre la barra metálica. Escuetamente él respondió en un castellano quebrado que la barra era parte de sí mismo. Por unos segundos traté de entender tan misteriosa sentencia. Le pregunté cuál era su nombre y de dónde venía. Respondió que su nombre era Phineas (o algo así pude deducir) e ignoró la otra pregunta. No quise insistir. Al bajarnos el extraño sujeto hizo un obsceno comentario en inglés sobre los pechos de la joven mujer que nos acompañó en el corto trayecto. Mi simpatía hacia él se volvió irritación pero decidí no encararlo pues estaba atrasado y nadie más notó el exabrupto.
¡Maldigo ese día! Esa decisión costó otra vida y mi eterna insignificancia. En ese momento no hice la asociación. Pero a las pocas semanas apareció otro cuerpo en los alrededores del Cerro Alegro. Cuando fuimos a investigar noté una vaga familiaridad en la víctima a pesar de su cráneo semiabierto. Luego de observarla por unos días en la morgue de la Brigada de la Policía, finalmente la reconocí. Era la mujer del ascensor, la misma que fue abusada verbalmente en inglés por el conductor. Al mirar la herida en su cráneo inmediatamente recordé la barra metálica. Corrí a la oficina del sargento Romero y le pregunté si todas las víctimas tenían fracturas de cráneo. Dijo no estar seguro. Sin embargo, luego de comparar los registros nos dimos cuenta que la única lesión común a todas las víctimas era precisamente una fractura de cráneo causada por un objeto punzante y contundente, cuya descripción coincidía perfectamente con la de la barra que el ascensorista señalaba como constitutiva de su identidad.
Junté unos cuantos hombres, tomamos algunos caballos y corrimos hacia el ascensor. Pero para mi frustración había otro conductor. Le pregunté dónde estaba el otro conductor, el de la barra metálica. Respondió que no tenía idea, que él había sido contratado hace poco más de una semana y que no sabía quién trabajaba ahí antes. Nos dirigimos a las oficinas de la administración de los ascensores en la plaza Sotomayor. Luego de alguna confusión pudimos conversar con el encargado de personal. Dijo que el nombre completo del misterioso ascensorista era Phineas Gage y que había desaparecido sin previo aviso. Hasta la fecha no había dado señales de vida. Le pregunté por su dirección. Dijo no estar seguro pero nos recomendó ir a una cierta residencia ubicada en Pedro Montt donde muchos inmigrantes pobres se hospedaban. Una vez allí, la mujer que estaba a cargo de la residencia dijo que el hombre de la barra metálica efectivamente había vivido allí por años pero que hace unas semanas había desaparecido. Dijo, sin embargo, que todos creían que había tomado un barco a los Estados Unidos, de dónde había venido y dónde decía que vivía su madre. Según relató, hacía tiempo que él tenía problemas de salud y que experimentaba ataques epilépticos de vez en vez. Por piedad, ella misma le había recomendado volver a su país, con su familia.
En vano revisé los registros de todos los barcos que habían zarpado hacía los Estados Unidos en las últimas semanas. El extraño hombre de las cicatrices y la barra de fierro simplemente se esfumó y con él mi oportunidad de alcanzar la fama y el renombre. Nunca volví a tener otro caso como ese. Como era de esperarse, los asesinatos se detuvieron pero siempre recordé al misterioso hombre de la barra metálica. Luego de indagar sobre su vida en Chile me di cuenta que era un hombre solitario y ensimismado que había sufrido un terrible accidente en el pasado. Creo que llegué a sentir pena por él. O quizá ésta fue una forma de consolarme y expiar el dolor de la derrota. Nunca sospeché que al cabo de los siglos sería él y no yo sobre quién se escribirían páginas y páginas.
miércoles, 12 de agosto de 2009
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10 comentarios:
interesante cuento profesor Bulnes. con una oscuridad propia PC. me gustó la atmósfera lograda en su relato, así como la pulcritud de su prosa. algo q me perturba del protagonista, es su anhelo socio-intelectual con tintes de inferioridad. pero con una claridad y resignación soprendente. me parece un personaje bien construido en ese aspecto.
al respecto del contenido histórico, quisiera agregar q ese Phieas Cage, vivió efectivamente (imagino q por eso lo escribió) en Chile, aprox. 7 años. Y se dice q trabajó de chofer de carruajes entre Stgo y Viña/Valpo, entre otras cosas - si mal no recuerdo.
"Nunca sospeché que al cabo de los siglos sería él y no yo sobre quién se escribirían páginas y páginas." ¡Notable!!
Gracias Tigre. Efectivamente la idea viene de Phineas Gage. Llegué a él leyendo sobre neuropsicología y quedé muy sorprendido cuando leí q además de EEUU había vivido varios años en Chile después del accidente. No podía desaprovechar la increible coincidencia. Q del cuento tiene verosimilidad histórica? Varias cosas. Se cree q dejó Chile el año 1849 y q vivió en Valparaiso. Respecto de su profesión, hay varias versiones. En las páginas web en inglés q he visto en su mayoría se dice q fue chofer de carruaje de larga distancia--como ud observa. Pero la entrada de wikipedia en español dice q trabajo en los ascensores de valparaiso. En general, tendería a creer más las versiones en inglés porq imagino q, siendo gringo y sobre todo relevante en los círculos gringos, habrán investigado el tema con más cuidado. Sin embargo, tb se me ocurre la posibilidad de q los gringos simplemente no entiendan q es un ascensorista en valpariso y lo aproximen por coach driver. En fin, la profesión de ascensorista era más funcional a mis objetivos así q decidí trabajar sobre ese supuesto.
Además hay una serie de detalles q son inspirados en la realidad. Algunos de éstos: las cicatrices, su inseparable barra metálica, su legendaria obsenidad supuestamente debida a la perdida de parte del lóbulo frontal... etc.
Estimado Profesor Bulnes,
una muy buena historia basada en uno de los casos paradigmáticos de las neurociencias cognitivas (como les gusta decirles).
Me gustó mucho la manera en que la historia está contada; el narrador en primera persona, pero no omnisciente, pero por sobretodo, su motivación. La avidez de fama y gloria, de probarle a su familia su ingenio, ese es para mí lo que cuaja la historia, y como hizo notar TVZ, lo notable de las últimas lineas así lo dejan claro.
Debo reconocer sí que me quede con gusto a poco en cuanto al desarrollo de la historia, del argumento total, me hubiese gustado un poco más de misterio antes del desenlace. Pero se entiende que la longitud de las historias aquí es limitada.
Off the record, me gustaría contar que en 1849 no había en Chile ni pacos ni ratis, así la brigada policial del Dr. Bulnes supongo que es ficticia. Ahora, en ese entonces, la Universidad de Chile cumplía 7 años, por qué en San Felipe profesor??.
En resumen, un lujo de historia.
Saludos Pcs.
Aahh!!...se me olvidó decir que me gustó mucho la mención de la abuela Inglesa materna que le enseña al narrador....tal como nuestro querido JLB...excelente guiño Matías!!
Estimado Profesor Bulnes: Me gustó su suspenso histórico, y el personaje de P.G. como asesino, me encantó. El rollo del protagonista, con respecto a su familia, me recuerda un par de novelas del tipo Conan Doyle y sus amigos, en los que siempre el protagonista anda en la misma. Fama, reconocimiento. Y si, concuerdo con los laureles del final del cuento.
Ahora bien, tengo una duda. Al igual que Hans, me quedó un gusto a poco en el desarrollo central de la historia, y no sé si esto es, tal vez, a propósito. Normalmente, en este tipo de historias (joven en busca de reconocimiento mediante la investigación de misterios)el protagonista se manda las medias maestrías, saca las terribledecomplicadas conclusiones y chan! resuelve el misterio. En cambio, nuestro protagonista ni la logra cachar, ni logra las conclusiones con la velocidad adecuada. Un intento de humanizar este tipo de historias? de hacerla más verosímil?
En todo caso, me entretuvo mucho.
Saludos señores.
Don Matias, me gustó mucho su cuento. Algo asi como Jack the ripper versión chilensis. La oscuridad animica de esos años se destila en un cuento que toma su base historica en los tiempos de florecimiento de la novela gótica. A diferencia de los comentarios de algunos de los PCs, la motivación de su investigador novato no me molesta. La superficialidad de la narración encaja con gracia con el hecho de al saber quien es phineas gage ayudando a armar el puzzle que el protagonista no pudo. El personaje de P.G., más allá de ser un ícono del postulado neurobiologico de la conciencia (anterior a todas las lesiones cerebrales producto de la 1ra guerra), para mi era este caso aterrador que aparecia en Ripley (el de jack palance, no el de cecilia boloco), es más por buena parte de la infancia yo pense que el hueon andaba con el fierro incrustado.
Es cierto que el tema da para harto mas. De ahi creo yo la sensación de gusto a poco, uno no quiere que se acabe. En paralelo me dió a pensar Dr. Bulnes de que a pesar de que no son una de las ciudades más pobladas de Chile, está en mi memoria que los casos más famosos de Sicopatas, violadores y otro tipo de sociopatas violentos (que en chile no hay muchos), han sido personajes o de Valpo o de Viña (incluyendo en caso actual que esta reabriendo la polemica de la pena de muerte). Hay algo raro ahí que ud. supo aprovechar para su cuento. Me agrada que sea una historia sin finales cerrados ni heroes victoriosos, sino un trozo de coincidencias. Lo felicito un exitazo.
Don Matías (suena como buen vino), me gustó su cuento, y la manera de darse gustitos mezclando entretención y leves toques de realidad. Me gustó también la manera de enhebrar en un mismo ojal varias historias que convergen en un cuento entretenido con un anti-investigador. Los detalles acerca de la barra, la conducta y el aspecto físico del legendario Phineas Gage denotan un excelente aprovechamiento de la información conocida por el autor, más notable es la conversión a la categoría de sicópata. Un cuento popular con bases nerdianas. Excelente.
Estimados, gracias por sus impresiones. Como observan Pez y Real Viceralista, la intención era un ejercicio de ficción histórica donde parte de los condimentos (de hecho, la mayoría) estaban ausentes del texto mismo pero disponibles en la web (hay hasta daguerrotipos de Gage en internet, con la barra y todo!). La idea era armar el puzzle, como dice Pez, con elementos históricos ausentes en el relato mismo. Antes q aportar otra remota variante al abultado género de la novela policial, la intención fue inducir un contraste entre verdad y ficción en un escenario improbable pa un personaje tipo Jack the Ripper.
Dicho esto, acepto el cargo q como relato policial es un tanto insípido. Desde q se me ocurrió la idea automáticamente lo conceví como centrado en los personajes más q en el argumento. Por una parte, es difícil desarrollar personajes psicológicamente verosímiles en tan poco espacio. Por otra parte, Gage, como personaje, era perfecto pa el rol de asesino en serie, más aún en Valpo q, como observa Pez, parece pintada pa asesinos y otras aberraciones quizá debido a la atmosfera lúgubre de la vida de puerto.
Por último algunas precisiones históricas: 1) efectivamente como dice Hans en 1849 no había policia de investigaciones en chile, pero obviamente q habían pacos. No con el nombre de carabineros ni con el sobrenombre de "pacos" pero a menos q hubiera una fuerza pública Chile hubiera estado en el "state of nature" de Hobbes. Según wikipedia, lo q había era un cuerpo de vigilantes y serenos q actuaban como fuerza pública. En todo caso, la brigada de la policia se funda por esos años. Así q la use sin demasiado cuidado por la precisión histórica.
2) Efectivamente la U de Chile se fundó por esas fechas. Y efectivamente no puse demasiado cuidado a la precisión historica en este caso. My bad, Profesor Pottstock.
Ufff... me alargue mucho así q: He dicho.
Jajajajajaja...no era ninguna recriminación Profesor Coolness... sólo lo dije con ánimo de aportar y de saber las razones de sus decisiones literarias no más...en el fondo son anexos que no aportan al juicio que uno se pueda formar de su relato.
Un Abrazo Matías,
Otro Pcs.
Buena historia..........por las luces que denota acerca de la personalidad del protagonista se me viene a la mente de que por el hecho de no haber cumplido con la meta de atrapar al violador (habiendolo tenido en sus narices) nunca mas hubiera querido comentar el caso....casi como una verguenza.......que nunca pudo superar....
Otra cosa que me quedo dando vueltas es el hecho de que el violador que maneja el ascensor estuviera dentro del ascensor.....tengo entendido que los maquinistas siempre han estado en las paradas y no dentro de estos....
Me gusta mucho los retazos y fondos historicos de sus historias, muy buen cuento...
saludos
tic-tac
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