Mi nombre es Leonid Kulik y me encuentro recluido en un recinto militar alemán como prisionero de guerra. Llevo dos meses aquí y moriré pronto, eso te lo garantizo. Tengo una fuerte fiebre hace días, la cual sólo se pone peor y mis captores alemanes me torturan cada día hasta casi morir. No hay forma de escapar. Pero antes de hacerlo, antes de liberarme de este sufrimiento, quiero dejar constancia por escrito acerca de un hallazgo que ha agobiado mi espíritu durante todo estos años y finalmente quebrado mis creencias. Aunque estoy seguro de que no nos conoceremos, y de que quizás te resulte difícil creer lo que aquí esta escrito, te pido comprensión. Son demasiados años de silencio y es hora de que alguien más cargue con este peso. Si esta carta logró salir de este agujero y llegó a tus manos, te has convertido ahora, al igual que yo, en un responsable más de lo que sucederá. Pero antes de revelarte lo que encontré en aquel lugar, debo ponerte en contexto para que comprendas cómo ocurrió todo.
Antes de comenzar la última guerra, y ya habiendo peleado en varias, me encontraba trabajando en el Museo Mineralógico de San Petersburgo luego de haber enseñado mineralogía algunos años en la ciudad de Tomsk. Desde siempre me intrigó lo que ocurrió en Tunguska, una pequeña región ubicada en los bosques de Siberia. Recuerdo perfectamente el día que supe de eso. Era el dos de Julio de 1908. Lo recuerdo porque fue el periódico de Krasnoyaretz de ese día lo que me arrojó por la ventana la mozuela que cortejaba. Para disimular el bochorno en medio de la muchedumbre que transitaba a esa hora, lo abrí simulando leer. La noticia con la que me topé captó tanto mi atención que me olvidé de la muchacha para siempre. Describía una especie de fenómeno meteorológico de dudosa explicación pero con devastadores resultados. Los testigos describían “un fuerte sonido seguido de un terremoto que remeció los edificios”. Posteriormente se desató un incendio gigantesco en alguna dirección al Noreste de Krasnoyaretz, que duró hasta cerca de las 3 de la tarde. Me llamó tanto la atención el fenómeno que intenté recopilar más información. El periódico era de 3 días antes, y el hecho aún estaba fresco en el recuerdo de los pobladores. Sin embargo no fue mucho lo que pude conseguir, salvo comentarios acerca del fin del mundo o de la aparición de demonios en la tierra. Nada que mi mente de científico pudiese aceptar. En ese minuto decidí hacer mi propia exploración al terreno y desentrañar el misterio. Durante mi formación en la universidad había comenzado a interesarme por los meteoritos, y estaba convencido de que eso era lo que había ocurrido en Tunguska. Sólo debía encontrar el cráter. Una explosión de esa magnitud debía haber dejado un cráter. El problema, fue el de todo joven que quiere emprender una aventura en busca de descubrimientos. No contaba con dinero para dicha travesía.
Pasaron más de diez años y durante todo ese tiempo el misterio jamás fue resuelto. Sin embargo, fue meses después de mi incorporación al Museo de Mineralogía cuando ocurrió la oferta que cambió mi vida. Un pequeño hombre apareció en mi despacho. Me dijo que era un hombre viejo, asiduo al estudio del espacio y los cuerpos celestes y que quería financiar mis investigaciones. Es más, lo que él quería era financiar una expedición en busca de meteoritos. Inmediatamente volvió a mi mente lo ocurrido en Tunguska y vi en la oferta de aquel hombre enjuto la posibilidad de realizar mi magna travesía, la cual había mantenido postergada por tanto tiempo. No te mentiré. Si pudiera volver a ese día sabiendo lo que hoy sé, jamás hubiese aceptado la propuesta. No obstante, en aquella oportunidad disimulé mi ansiedad fingiendo indiferencia. Le dije que eso era costoso, que necesitaba de mucha preparación y que volviera al día siguiente. Pasé esa noche en vela pensando que podía haber cometido el error más grande de mi vida, y que el pequeño viejo no volvería jamás. Pero volvió e insistió. Dos meses después empezábamos la travesía en trineo. Fue un completo fracaso.
A duras penas logramos avistar la posible zona de impacto, aunque no se veían señales de ningún tipo de cráter. Tuvimos que regresar porque de otra forma el invierno nos mataría. El viejo enjuto que financió la expedición, Otto, se volvió mi colaborador y comenzó a compartir mi interés en la región de Tunguska, así como mi teoría acerca del meteorito. Interés digo, cuando debería decir obsesión. Juntos, seguimos recogiendo información acerca del hecho, y para serte honesto, mientras más información obteníamos, más misterio rodeaba a Tunguska. Durante la expedición logramos entrevistarnos con varios aldeanos de las zonas aledañas, pero fue en el pueblo de Vanavara donde comenzamos a obtener algunos datos perturbadores. La gente rehusaba hablar del tema y le atribuían el hecho a la ira del dios Ogdy, una deidad local. El dueño de la posada del pueblo, un hombre muy anciano, recordaba con particular claridad a un hombre que había pasado por Vanavara dos días antes de la mañana del hecho. Le describía como extraño, preocupado, nervioso y poco sociable. Había estado en la posada sólo una noche y había sido extremadamente huraño y quisquilloso. El dueño de la posada le recordaba porque se había ido sin pagar la habitación y la comida, y dejando la mayoría de sus pertenencias. Nunca más lo volvieron a ver, pero el anciano aseguraba que ese hombre guardaba alguna relación con el misterio. Nos mostró uno de los libros que el hombre había olvidado en la habitación. Era un libro de notas que contenía caracteres que me recordaban escrituras sumerias, dibujos horrorosos y una no despreciable cantidad de ecuaciones físicas, algunas de las cuales han vuelto a mi mente luego de la publicación del trabajo de Werner Heisenberg. Intentamos comprárselo para posteriores estudios pero la pequeña cantidad de dinero que nos quedaba no fue lo suficiente como para contrarrestar el apego casi obsesivo que el viejo le tenía al libro, aunque aseguraba no entender nada de lo que leía. Eso nunca se lo creí. Por más que Otto insistió, no logró ni siquiera darle una hojeada profunda.
Tuvieron que pasar otros 6 años para que lograra juntar el dinero suficiente para repetir la travesía. Durante todo ese tiempo, Otto siguió investigando conmigo. Para ese entonces comenzó a intrigarme que a pesar de afirmar haber realizado múltiples viajes analizando meteoritos, el conocimiento de Otto en mineralogía era más bien pobre, no obstante, manejaba una gran cantidad de conocimiento de culturas antiguas y ciencias esotéricas. La segunda expedición la comenzamos en la primavera de 1927. La travesía esta vez resultó más cómoda y placentera, por lo menos hasta Vanavara. Nuestra intención era hospedarnos en la misma posada anterior para entrevistarnos nuevamente con el anciano. A Otto le obsesionaba el libro de notas que no habíamos podido conseguir y esta vez llevaba una fuerte suma de dinero con la finalidad de adquirirlo. Para nuestro pesar, el viejo había muerto un año antes y su hija nada sabía de viajeros extraños ni de libros de notas. Otto montó en una cólera desmedida e irrumpió a la fuerza en las habitaciones del anciano y registró el lugar como un energúmeno. Me costó mucho esfuerzo y dinero lograr apaciguar a la gente. Por la noche, su cólera aumentó. Comenzó a hablar acerca de seres extraños y el advenimiento de un tal Anannuki. Le tomé por un loco. A la mañana siguiente, había desaparecido junto con un caballo y una mula con pertrechos. A duras penas logré conseguir un guía para adentrarme en los bosques pantanosos que se levantan justo al frente de Vanavara, hacia el Noroeste. La travesía era penosa y lúgubre y luego de dos días y de la desaparición de una mula, mi guía decidió volver al pueblo por temor a la ira de Ogdy. Me fue difícil encontrar nuevos guías dispuestos a acompañarme y finalmente di con un par de hombres. Esta vez decidimos seguir el lecho del río para adentrarnos en la zona. Resultó una idea bastante buena al principio, pero luego de una semana las cosas se comenzaron a complicar. Nuestros caballos se encontraban cada vez más inquietos a medida que nos adentrábamos en la zona. El olor del lugar era casi insoportable y el aire era espeso. Al amanecer del veinte de mayo, y luego de dar la vuelta a una pequeña colina, tuvimos una visión aterradora. No sólo nos encontramos frente a una enorme zona devastada, donde se observaban miles de troncos quemados y que parecían estar enterrados al revés, sino que además encontramos a mi viejo compañero de investigación, Otto, muerto, con los ojos desorbitados y rodeado de extraños símbolos que me recordaban el libro de notas del misterioso viajero. Esta sola visión bastó para enloquecer de terror a mis dos guías. Con esfuerzo y vil dinero conseguí que se quedaran, pero no se atrevieron a tocar el cuerpo y debimos recorrer una distancia no menor bordeando la zona, hasta que se sintieron seguros para acampar. La visión del viejo me inquietaba, pero más aún me inquietaba el paisaje que observaba. Y lo peor, es que no se divisaba ningún tipo de cráter. Decidí que no podía volver sin intentar encontrar el centro de lo que parecía ser una circunferencia dejada por el fuego y donde finalmente esperaba encontrar el cráter. La cantidad de energía necesaria para dejar todo un bosque en esas condiciones no podía tener otra explicación que un impacto por meteorito, independiente de lo que mis guías dijesen. Pero, ¿y los extraños árboles?, ¿y ese horrible olor?, ¿y los trabajos de Heinsenberg? Si tan sólo hubiese sabido. Logré que mis guías me esperaran dos días más y me adentré en el quemado bosque. Fue la peor noche de mi vida. A medida que me adentraba en la zona, empecé a sentir un miedo irracional, que no podía controlar. El olor era cada vez más pútrido y la oscuridad, espesa. No recuerdo cuando la demencia tomó el control, pero sé que comencé a correr de forma despavorida, aquejado por la sensación de que algo me perseguía, me acechaba, me cazaba. En algún minuto perdí el conocimiento. Desperté a la mañana siguiente, sediento y desorientado. Mi terror alcanzó su máximo cuando me di cuenta dónde estaba. O mejor dicho, sobre qué estaba. Me encontraba acostado sobre una superficie circular de cerca de tres metros de diámetro, lisa y oscura, de cerca de un metro de elevación. Alrededor, el suelo tenía la forma de las olas en el mar, pero sólidas y lustrosas. Se observaban pequeños pozos de una oscuridad sobrenatural. Me incorporé y observé la plataforma. En ella fue donde encontré el objeto. Un cilindro de metal, muy liviano. Lo tomé y en ese momento me pareció escuchar un sinfín de maléficos susurros a mi alrededor y el hedor se hizo insoportable. Salí corriendo de ese lugar. A duras penas logré encontrar el campamento y para mi suerte, los guías habían cumplido su palabra y me esperaban. No dije nada de lo que me había pasado, ni de lo que había encontrado. Tenía el cilindro en mi bolsillo y me aterraba sólo pensar en el. Nunca dije nada acerca de la muerte de Otto ni de lo que había encontrado en el centro del lugar. Hice pública todo el resto de mi expedición.
El cilindro no lo abrí hasta 2 semanas después, de vuelta en mi hogar y nunca debí haberlo hecho. Lo que encontré en su interior era un escrito, similar al que tú acabas de encontrar. También era la confesión de un hombre, de aquel hombre que había pasado por Vanavara dos noches antes del fenómeno. Un hombre maldito. Mi último deseo antes de morir es que aquel escrito llegue al conocimiento público y la humanidad se prepare para lo que viene. Yo no tuve el valor suficiente de hacerlo, espero que tú lo tengas. He aquí lo que leí.
Antes de comenzar la última guerra, y ya habiendo peleado en varias, me encontraba trabajando en el Museo Mineralógico de San Petersburgo luego de haber enseñado mineralogía algunos años en la ciudad de Tomsk. Desde siempre me intrigó lo que ocurrió en Tunguska, una pequeña región ubicada en los bosques de Siberia. Recuerdo perfectamente el día que supe de eso. Era el dos de Julio de 1908. Lo recuerdo porque fue el periódico de Krasnoyaretz de ese día lo que me arrojó por la ventana la mozuela que cortejaba. Para disimular el bochorno en medio de la muchedumbre que transitaba a esa hora, lo abrí simulando leer. La noticia con la que me topé captó tanto mi atención que me olvidé de la muchacha para siempre. Describía una especie de fenómeno meteorológico de dudosa explicación pero con devastadores resultados. Los testigos describían “un fuerte sonido seguido de un terremoto que remeció los edificios”. Posteriormente se desató un incendio gigantesco en alguna dirección al Noreste de Krasnoyaretz, que duró hasta cerca de las 3 de la tarde. Me llamó tanto la atención el fenómeno que intenté recopilar más información. El periódico era de 3 días antes, y el hecho aún estaba fresco en el recuerdo de los pobladores. Sin embargo no fue mucho lo que pude conseguir, salvo comentarios acerca del fin del mundo o de la aparición de demonios en la tierra. Nada que mi mente de científico pudiese aceptar. En ese minuto decidí hacer mi propia exploración al terreno y desentrañar el misterio. Durante mi formación en la universidad había comenzado a interesarme por los meteoritos, y estaba convencido de que eso era lo que había ocurrido en Tunguska. Sólo debía encontrar el cráter. Una explosión de esa magnitud debía haber dejado un cráter. El problema, fue el de todo joven que quiere emprender una aventura en busca de descubrimientos. No contaba con dinero para dicha travesía.
Pasaron más de diez años y durante todo ese tiempo el misterio jamás fue resuelto. Sin embargo, fue meses después de mi incorporación al Museo de Mineralogía cuando ocurrió la oferta que cambió mi vida. Un pequeño hombre apareció en mi despacho. Me dijo que era un hombre viejo, asiduo al estudio del espacio y los cuerpos celestes y que quería financiar mis investigaciones. Es más, lo que él quería era financiar una expedición en busca de meteoritos. Inmediatamente volvió a mi mente lo ocurrido en Tunguska y vi en la oferta de aquel hombre enjuto la posibilidad de realizar mi magna travesía, la cual había mantenido postergada por tanto tiempo. No te mentiré. Si pudiera volver a ese día sabiendo lo que hoy sé, jamás hubiese aceptado la propuesta. No obstante, en aquella oportunidad disimulé mi ansiedad fingiendo indiferencia. Le dije que eso era costoso, que necesitaba de mucha preparación y que volviera al día siguiente. Pasé esa noche en vela pensando que podía haber cometido el error más grande de mi vida, y que el pequeño viejo no volvería jamás. Pero volvió e insistió. Dos meses después empezábamos la travesía en trineo. Fue un completo fracaso.
A duras penas logramos avistar la posible zona de impacto, aunque no se veían señales de ningún tipo de cráter. Tuvimos que regresar porque de otra forma el invierno nos mataría. El viejo enjuto que financió la expedición, Otto, se volvió mi colaborador y comenzó a compartir mi interés en la región de Tunguska, así como mi teoría acerca del meteorito. Interés digo, cuando debería decir obsesión. Juntos, seguimos recogiendo información acerca del hecho, y para serte honesto, mientras más información obteníamos, más misterio rodeaba a Tunguska. Durante la expedición logramos entrevistarnos con varios aldeanos de las zonas aledañas, pero fue en el pueblo de Vanavara donde comenzamos a obtener algunos datos perturbadores. La gente rehusaba hablar del tema y le atribuían el hecho a la ira del dios Ogdy, una deidad local. El dueño de la posada del pueblo, un hombre muy anciano, recordaba con particular claridad a un hombre que había pasado por Vanavara dos días antes de la mañana del hecho. Le describía como extraño, preocupado, nervioso y poco sociable. Había estado en la posada sólo una noche y había sido extremadamente huraño y quisquilloso. El dueño de la posada le recordaba porque se había ido sin pagar la habitación y la comida, y dejando la mayoría de sus pertenencias. Nunca más lo volvieron a ver, pero el anciano aseguraba que ese hombre guardaba alguna relación con el misterio. Nos mostró uno de los libros que el hombre había olvidado en la habitación. Era un libro de notas que contenía caracteres que me recordaban escrituras sumerias, dibujos horrorosos y una no despreciable cantidad de ecuaciones físicas, algunas de las cuales han vuelto a mi mente luego de la publicación del trabajo de Werner Heisenberg. Intentamos comprárselo para posteriores estudios pero la pequeña cantidad de dinero que nos quedaba no fue lo suficiente como para contrarrestar el apego casi obsesivo que el viejo le tenía al libro, aunque aseguraba no entender nada de lo que leía. Eso nunca se lo creí. Por más que Otto insistió, no logró ni siquiera darle una hojeada profunda.
Tuvieron que pasar otros 6 años para que lograra juntar el dinero suficiente para repetir la travesía. Durante todo ese tiempo, Otto siguió investigando conmigo. Para ese entonces comenzó a intrigarme que a pesar de afirmar haber realizado múltiples viajes analizando meteoritos, el conocimiento de Otto en mineralogía era más bien pobre, no obstante, manejaba una gran cantidad de conocimiento de culturas antiguas y ciencias esotéricas. La segunda expedición la comenzamos en la primavera de 1927. La travesía esta vez resultó más cómoda y placentera, por lo menos hasta Vanavara. Nuestra intención era hospedarnos en la misma posada anterior para entrevistarnos nuevamente con el anciano. A Otto le obsesionaba el libro de notas que no habíamos podido conseguir y esta vez llevaba una fuerte suma de dinero con la finalidad de adquirirlo. Para nuestro pesar, el viejo había muerto un año antes y su hija nada sabía de viajeros extraños ni de libros de notas. Otto montó en una cólera desmedida e irrumpió a la fuerza en las habitaciones del anciano y registró el lugar como un energúmeno. Me costó mucho esfuerzo y dinero lograr apaciguar a la gente. Por la noche, su cólera aumentó. Comenzó a hablar acerca de seres extraños y el advenimiento de un tal Anannuki. Le tomé por un loco. A la mañana siguiente, había desaparecido junto con un caballo y una mula con pertrechos. A duras penas logré conseguir un guía para adentrarme en los bosques pantanosos que se levantan justo al frente de Vanavara, hacia el Noroeste. La travesía era penosa y lúgubre y luego de dos días y de la desaparición de una mula, mi guía decidió volver al pueblo por temor a la ira de Ogdy. Me fue difícil encontrar nuevos guías dispuestos a acompañarme y finalmente di con un par de hombres. Esta vez decidimos seguir el lecho del río para adentrarnos en la zona. Resultó una idea bastante buena al principio, pero luego de una semana las cosas se comenzaron a complicar. Nuestros caballos se encontraban cada vez más inquietos a medida que nos adentrábamos en la zona. El olor del lugar era casi insoportable y el aire era espeso. Al amanecer del veinte de mayo, y luego de dar la vuelta a una pequeña colina, tuvimos una visión aterradora. No sólo nos encontramos frente a una enorme zona devastada, donde se observaban miles de troncos quemados y que parecían estar enterrados al revés, sino que además encontramos a mi viejo compañero de investigación, Otto, muerto, con los ojos desorbitados y rodeado de extraños símbolos que me recordaban el libro de notas del misterioso viajero. Esta sola visión bastó para enloquecer de terror a mis dos guías. Con esfuerzo y vil dinero conseguí que se quedaran, pero no se atrevieron a tocar el cuerpo y debimos recorrer una distancia no menor bordeando la zona, hasta que se sintieron seguros para acampar. La visión del viejo me inquietaba, pero más aún me inquietaba el paisaje que observaba. Y lo peor, es que no se divisaba ningún tipo de cráter. Decidí que no podía volver sin intentar encontrar el centro de lo que parecía ser una circunferencia dejada por el fuego y donde finalmente esperaba encontrar el cráter. La cantidad de energía necesaria para dejar todo un bosque en esas condiciones no podía tener otra explicación que un impacto por meteorito, independiente de lo que mis guías dijesen. Pero, ¿y los extraños árboles?, ¿y ese horrible olor?, ¿y los trabajos de Heinsenberg? Si tan sólo hubiese sabido. Logré que mis guías me esperaran dos días más y me adentré en el quemado bosque. Fue la peor noche de mi vida. A medida que me adentraba en la zona, empecé a sentir un miedo irracional, que no podía controlar. El olor era cada vez más pútrido y la oscuridad, espesa. No recuerdo cuando la demencia tomó el control, pero sé que comencé a correr de forma despavorida, aquejado por la sensación de que algo me perseguía, me acechaba, me cazaba. En algún minuto perdí el conocimiento. Desperté a la mañana siguiente, sediento y desorientado. Mi terror alcanzó su máximo cuando me di cuenta dónde estaba. O mejor dicho, sobre qué estaba. Me encontraba acostado sobre una superficie circular de cerca de tres metros de diámetro, lisa y oscura, de cerca de un metro de elevación. Alrededor, el suelo tenía la forma de las olas en el mar, pero sólidas y lustrosas. Se observaban pequeños pozos de una oscuridad sobrenatural. Me incorporé y observé la plataforma. En ella fue donde encontré el objeto. Un cilindro de metal, muy liviano. Lo tomé y en ese momento me pareció escuchar un sinfín de maléficos susurros a mi alrededor y el hedor se hizo insoportable. Salí corriendo de ese lugar. A duras penas logré encontrar el campamento y para mi suerte, los guías habían cumplido su palabra y me esperaban. No dije nada de lo que me había pasado, ni de lo que había encontrado. Tenía el cilindro en mi bolsillo y me aterraba sólo pensar en el. Nunca dije nada acerca de la muerte de Otto ni de lo que había encontrado en el centro del lugar. Hice pública todo el resto de mi expedición.
El cilindro no lo abrí hasta 2 semanas después, de vuelta en mi hogar y nunca debí haberlo hecho. Lo que encontré en su interior era un escrito, similar al que tú acabas de encontrar. También era la confesión de un hombre, de aquel hombre que había pasado por Vanavara dos noches antes del fenómeno. Un hombre maldito. Mi último deseo antes de morir es que aquel escrito llegue al conocimiento público y la humanidad se prepare para lo que viene. Yo no tuve el valor suficiente de hacerlo, espero que tú lo tengas. He aquí lo que leí.
4 comentarios:
Señor Doctor emerito Sirkonio, como le va. me leí muy rápido su primera parte. Me gustó y me entretuvo. Creo que hasta tengo metido en la retina de algún recuerdo prohíbido unas fotos de árboles quemados y me parece que era de Tunguska. Wen escenario. Creo que te empezamos a ver la mano. Te encanta el suspenso. La explicación puesta un poco más allá. Lo que hace la terminada de la primera parte un clásico erselente. Vamos a ver como te sacai el queso en la próxima entrega. Eso también me gusta (o no hay segunda? también eso lo averiguaremos). Lo siento muy cercano a lovecraft. Una idea parecida en el horror. Como dijo un escritor de comics una vez, prefiero un misterio a una explicación cualquier día de la semana. Voy cachando que el Dr. De la Iglesia es de esa escuela.
salutes y un abrazo.
don Rodrigo, me gustó su cuento. buen relato, buen ritmo, el hilo de incertidumbre no se corta nunca. me parece q la idea central está bien trabajada, y la encuentro entretenida. a pesar de su longitud, el cuento se hace corto, y eso es un gran mérito.
a medida q pasan sus cuentos, empiezo a ver, así como lo menciona Pez, una soltura y un estilo en su pluma, interesante.
buen cuento profesor,
saludazos
Muy interesante profesor Sirkonio. Como observa profe Pez, se le nota el gusto por el misterio, el cual yo comparto. Pero además el relato tiene un tinte odiseico, aventurero. Me acordé de un película q vi el finde recién pasado, q tiene un sabor parecido, de travesía hacia un fin temeroso: Man on the Wire. La recomiendo, aunq es medio descabellada.
A propóstio de su cuento, estuve escruñando la web sobre la explosión de Tunguska. Me pareció muy interesante por las dimensiones de la exploción. No tenía idea del evento. Quedo a la espera de la 2nda parte y de la explicación de tan paranormal fenómeno.
Saludos.
Estimados: gracias por los comentarios. El escenario de Tunguska me había tenido pegado por un rato, y la verdad es que si uno le da una mirada un poco más profunda, fue la media zorra la que quedo en esa explosión. Explicaciones hay muchas, pero me pareció pertinente dar la mía. Creo que es el cuento en el que lo he pasado mejor mientras lo escribo. Segunda parte va, fijo. Cuando, es otro misterio.
Saludos PCs
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